La construcción, decoración y renovación de las infraestructuras deportivas y zonas de esparcimiento se realizó a un ritmo frenético por parte del régimen nazi, sin reparar en gastos, con el objetivo de engalanar al máximo las sedes de los venideros Juegos Olímpicos. El centro de todas las miradas sería, por supuesto, el majestuoso nuevo Estadio Olímpico de Berlín.
Este coloso arquitectónico reemplazó al antiguo Estadio Alemán construido en 1913 para albergar los Juegos de 1916 que nunca se realizaron debido a la Primera Guerra Mundial. El Führer exigió que se construyera el estadio más grande del mundo, dejando atrás las dimensiones del recinto de los Juegos de Los Ángeles 1932. Finalmente, el diseño definitivo quedó en manos de Werner March y Albert Speer, el reconocido arquitecto favorito de Hitler.
El imponente Estadio Olímpico, con su distintiva forma de herradura y una capacidad para 110.000 espectadores, se convirtió en la joya de la corona de las obras realizadas para engalanar la "fachada olímpica" berlinesa que los nazis querían proyectar.
Toda la ciudad de Berlín amaneció cuando la antorcha olímpica llegó el 1 de agosto de 1936 para dar inicio a los Juegos de la XI Olimpiada. Sobre el estadio repleto más allá de su aforo máximo, el gigantesco dirigible Hindenburg surcaba los cielos con la bandera olímpica ondeando desde sus cables.
Una orquesta de 30 trompetas saludó a Hitler cuando éste hizo su entrada triunfal al recinto. El legendario compositor Richard Strauss dirigió un coro de 3.000 voces que entonaron el himno nacional alemán "Deutschland über Alles" y el "Horst Wessel-Lied", himno oficial del Partido Nazi, en una apoteósica demostración de fuerza.
Muchas de las delegaciones deportivas participantes rindieron el polémico saludo nazi al pasar frente al palco de honor donde se encontraba Hitler como Jefe de Estado anfitrión. Tan sólo algunas naciones como Estados Unidos y Gran Bretaña se abstuvieron de este gesto.
A pesar de los intentos desesperados por proyectar una fachada de tolerancia y paz olímpica, la Alemania de Hitler dejó entrever los primeros visos de su siniestra verdadera naturaleza incluso durante los Juegos de Berlín 1936.